miércoles, 6 de abril de 2011

Los pecados de la reina de la cocaina

Ana Cameno manejaba un imperio de droga como una ejecutiva estresada: tenía disciplina, seguridad y santería


Al cabo de dos años de vigilarla y oírla a los policías les costaba creer que por fin le habían colocado las esposas a la cerebral Ana Cameno, traficante española de cocaína desde hace veinte años que nunca ha pisado la cárcel. «Lo que más me jode es que esto es lo último que iba a hacer», le soltó al inspector sin inmutarse. Quizá no mentía porque si el laboratorio de droga que había montado en Villanueva de Perale hubiera salido bien le habría bastado para retirarse. La jefa y sus socios colombianos tenían preparadas 33 toneladas de productos químicos a la espera de que llegara la pasta base de Suramérica. El 15 de diciembre habían aterrizado en Madrid los cuatro «cocineros» colombianos, dispuestos a inundar el mercado con toneladas de coca.
La explosiva rubia, mejorada si cabe por su afición al bisturí, no torció el gesto y permaneció digna, evidenciando por qué los narcos de la peor calaña confiaban en ella: «Antes de contarte nada me corto un brazo», dijo en comisaría. Eso fue el 7 de enero. Ahora está en prisión, junto a otra veintena de individuos.
 
Ana Cameno Antolín, maniática de la seguridad, se había convertido en una obsesión para la Policía. En los últimos meses había contratado un «escolta» que velaba por ella las 24 horas y la conducía a los puntos de reunión —gasolineras o rotondas— con su chófer para evitar que alguien pudiera seguirla. Sabía de lo que hablaba; pese a la discreción de las vigilancias de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado alguien, un contacto interno, facilitaba a los narcos placas policiales y modelos de coches.
«Los amigos del Poco —un traficante al que identificaron después, socio en el negocio del laboratorio—llevan cola», comentan Ana y su marido David Vela, en una escucha, dejando claro su convencimiento de que les pisaban los talones.
La ordenada vida de ejecutiva agresiva que llevaba la «narco pija» tampoco facilitó la investigación. Durante dos años de vigilancia ha mantenido una férrea disciplina de trabajo con cuatro o cinco reuniones diarias con sus proveedores de droga y sus clientes. La pareja pasó unos días de vacaciones en Ibiza sin más; no frecuentaban restaurantes caros ni fiestas. Gestionaban el negocio como si de una honrada multinacional se tratara. «Nunca he visto a unos traficantes que trabajen tanto», explica uno de los investigadores.
Dicen que a la jefa le sobra talento y encantos. Era y es un bellezón rendida por la ropa y los bolsos caros, con una personalidad arrolladora; una relaciones públicas que se disputaría cualquier jefe de personal. La «empresaria» aseguraba que vendía joyas, aunque en realidad se trata de un negocio de su madre, justo enfrente del Ministerio del Interior. Procede de una buena familia en la que hay militares, abogados y arquitectos.
La reina de la cocaína solo se permite una debilidad: su devoción por la santería cubana. Antes, durante y después de cada trato consultaba con su madrina, una santera afincada en Madrid, y con otro cubano seguidor de los Orishas. Organizaba con ellos ceremonias de sacrificio de animales y purificación en fincas alquiladas y llegó a viajar a Cuba con su escolta para tomar parte en un ritual. El «machaca» volvió convertido.
Perdón por vestir de negro
En su rimbombante chalé de Sevilla la Nueva, de exterior discreto, Cameno había erigido en el salón dos altares en los que el santo estaba rodeado de plantas, botellas de ron, estampas, velas, comida e incluso cráneos de animales. Un escenario espeluznante que coexistía con 16 televisores de plasma, 300 botes de perfume, cientos de bolsos, zapatos y trajes (tenía un móvil solo para recibir novedades de las tiendas caras de Madrid). «Perdona madrina que he vestido de negro» (los santeros van de blanco), le decía a su interlocutora a la que llegó a confiar el asesinato en Suramérica de un antiguo socio suyo.
Mientras la Udyco la seguía a ella, la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (Udev) la encontró reunida con uno de sus investigados: el empresario de la noche Lauro Sánchez Serrano, otro afamado traficante con el que la narco andaba en conversaciones para traer más droga. El negocio no cuajó y siguió con sus colombianos, su laboratorio, sus 300 kilos de coca y sus dos millones de euros en dobles fondos de armarios. Por eso ha tenido que cambiar sus altares por una celda.
 
Lo del apodo de la Tetas tiene una explicación sencilla: los policías que durante meses la han estado vigilando –Greco, Brigada Central de Estupefacientes, UDEV central– se enteraron de que la mujer había ido a Medellín a hacer algún negocio y de paso a ponerse alguna talla más de sujetador… El apodo estaba fácil y, por cierto, la mujer tuvo problemas porque las prótesis le provocaron una infección. Su capacidad para distribuir coca le venía dada por la red de contactos que tenía y por los almacenes o caletas que tenía en Madrid, donde iba guardando los alijos que le llegaban para, en poco tiempo, sacarlos a la venta…
Ana no se encargaba de traer la coca de Colombia o de Venezuela. Era, digamos, el segundo escalón, la persona que recibe la mercancía y que la vende en partidas de uno a cinco kilos a distribuidores más pequeños. De hecho, ni ella ni los suyos adulteraban o cortaban la droga. Cuando llegaba un cargamento de 300 o 500 kilos, su red los repartía por las caletas o pisos de seguridad que tenía, por cierto, todos ellos situados muy cerca de los cuarteles generales de la policía. En uno de ellos fue donde tenía guardados 276 kilos de coca. Para distribuir la droga, Ana contaba con un grupo de gente muy eficaz y muy profesional
Del mejor posible. Sólo un dato: cuando la policía intervino encontró en poder del grupo 470 teléfonos móviles, cien de ellos encendidos. Cada terminal era empleada para llamar a una sola persona, que era identificada con una pegatina de un dibujo animado. Sin nombres. Además, la mayoría de los miembros de la organización llegaban al laboratorio o a los pisos de seguridad con unas gafas especiales, cubiertas de cinta aislante negra para que no supiesen dónde estaban ni qué camino habían seguido.
Estaba convencida de tener ayuda de otros mundos. Ana era una devota de la santería, del palo  mayombe, una modalidad de esta religión de origen africano que se practica mucho en Cuba. Tan devota era que la policía sabía cuándo iba a llegarle un cargamento de cocaína porque días antes hacía un rito y se encomendaba a alguno de sus dioses, como Obatalá y Xangó… Uno de sus escoltas salió un día despavorido porque le dijo que en el asiento de atrás llevaban un muerto. Paró el coche en mitad de la M-40 y se bajó…
Los policías que la han vigilado durante meses han comprobado, por ejemplo, cómo Ana se subió encima de un carnero, le degolló y se bañó en su sangre. También ha sacrificado pájaros, patos, corderos… en un río cercano a su casa. Cuando la policía la detuvo encontraron en su chalé una habitación dedicada a estos ritos, con urnas en las que guardaba vísceras de animales. Para sus ceremonias no reparaba en medios. Era capaz de gastar 6.000 euros para traerse desde Cuba un grupo de percusionistas para sus ceremonias.
Ana recibía continuos SMS que le anunciaban la llegada de nuevas colecciones a las boutiques de Louis Vutton, Gucci, Hermés… las mejores tiendas de Madrid, en las que era una de sus mejores clientes. Tenía mucho dinero: la policía encontró entre su documentación anotaciones de entradas y salidas de dinero que indicaban que había ingresado 18 millones de euros de sus distribuidores. Tenía mucho miedo a que una banda le diese un palo y vivía permanentemente custodiada por escoltas y adoptaba todo tipo de medidas de seguridad.
Y, además de distribuir toda esa droga, Ana había decidido montar un enorme laboratorio… Tan grande que ya había preparados más de 33 toneladas de líquidos precursores, tenía los cocineros que habían traído de Colombia y todo estaba listo para poner en marcha un laboratorio idéntico a los que hay en la selva colombiana, pero en la sierra de Madrid. El problema es que no le había llegado la pasta base para comenzar a elaborar el clorhidrato de cocaína… El laboratorio aún no había empezado a funcionar.
En la operación colapso, como le llamaron los policías, han participado medio centenar de agentes que apenas han podido disfrutar de las navidades. De hecho, el día de Reyes, en lugar de estar comiendo roscón con sus familias o disfrutando con sus hijos, todos estuvieron en alerta, porque pensaban que se iba a mover el laboratorio y tendrían que actuar… Las detenciones fueron al día siguiente, el 7 de enero.
Como siempre, enhorabuena a nuestros policías, para los que no hay, como podemos ver, ni día de Reyes. La importancia de Ana, La Tetas, es enorme, pero es que en la misma operación colapso ha caído una pieza de caza mayor, uno de esos tipos que llevaba años siendo objetivo de la policía.
Es Lauro Sánchez Serrano. Un español, hijo de una mujer colombiana, considerado uno de los mayores traficantes de España, pero al que era dificilísimo cazar. Las cosas no le estaban saliendo demasiado bien en los últimos tiempos: se le habían frustrado dos intentos de meter en España grandes cargamentos de droga. Así que se asoció con Ana, pero estaba por debajo de ella en la organización. Puso a disposición de la mujer a los hermanos Juárez Smith, dos verdaderas máquinas de traficar, de los mejores distribuidores de España, pese a que uno de ellos –Víctor– está en silla de ruedas. En cualquier caso, Lauro dependía de la droga que le llegaba a Ana. Ella ponía la mercancía y él el poder, la influencia, los contactos, el know how
Lauro llevaba muchos años en lo más alto: tiene dos restaurantes de éxito, una enorme discoteca y uno de los gimnasios más populares de Madrid, al que van a entrenar muchos vips y muchos de los más intimidatorios porteros de discoteca… Lauro fue uno de los objetivos principales de la operación salsa rosa…
En 2004, tras la muerte de Carmina Ordóñez, el ministerio del Interior decidió crear un equipo policial para dar un escarmiento. Se trataba de poner coto a la facilidad y a la alegría con la que muchos famosos hacían gala de consumir estupefacientes… Salían en la televisión haciendo casi una apología del consumo de drogas…
Se hicieron grupos compuestos por policías que pudiesen pasar inadvertidos en locales de moda, como los que regentaba Lauro. Observaron, buscaron fuentes de información, pero no con mucho éxito.
No salió bien porque los policías tenían muchas veces que pagarse de su propio bolsillo el dinero que costaban la entrada o las consumiciones en esos locales y a veces ni siquiera les dejaban entrar porque eran fiestas privadas en las que corría la cocaína a tutiplén…

 
 

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